24 de marzo de 2010

Maldito escepticismo


Se acercaba el mediodía. El calor se hacía cada vez más fuerte. El sol sobre mi cara me recordaba que aún estábamos en pleno verano.
Intentando ignorar las altas temperaturas, seguí caminando. Finalmente llegué: era todo tal cual me lo imaginaba: velas, sahumerios, colores. Entré en un uno de los salones y me senté a esperar.
Durante esos minutos, me concentré en los objetos que me rodeaban: fotos, adornos, velas. Seguramente todos ellos tenían algún significado trascendente, pero yo lo ignoraba.
Finalmente, entró la vidente. Su presencia era muy fuerte, tenía una energía especial.
Nunca creí en esas cosas. Me he pasado gran parte de mi vida autodefiniéndome como escéptica, descreída de todo. Es más, creo que siento una suerte de orgullo cuando intencionalmente paso bajo una escalera y veo la cara de espanto de la gente que la esquiva.
Con esa desconfianza por cualquier cuestión paranormal, ese día llegué a entrevistar a la vidente. Con una mezcla de prejuicios y desgano, preparé un rígido cuestionario para la ocasión y fui hacia el lugar, sólo para cumplir con mi tarea.
Luego de mi introducción, decidí que ya era hora de indagarla sobre esas cuestiones que me interesaban para la nota y dar por finalizada la entrevista. Ni más, ni menos. Hacer el trabajo en forma rápida y efectiva, intentando disimular al máximo mi alto grado de desconfianza sobre el asunto.
Fue imposible. El cerrado conjunto de preguntas que tenía preparadas, quedaron a un lado. Tan sólo después de decirle mi nombre, la mujer lanzó, en pocos minutos, las iniciales del nombre de mi padre y las de esa persona “que debo dejar ir de mi vida”, algunas cuestiones acertadas acerca de mi familia, mi trabajo y, hasta me aconsejó que maneje ciertos defectos que reconozco que tengo, pero que poca gente conoce sobre mí. Para redondear, dijo que notaba en mi mirada un prejuicio con respecto a la videncia, por lo que decidió no seguir escarbando en mis asuntos.
Me sentí incapaz de pronunciar palabra. El cuestionario ya no tenía sentido. La experiencia era real y, a pesar de mi falta de predisposición, la mujer fue capaz de hacer un breve relato de mi vida con apenas mirarme a los ojos.
Insisto, no creo en nada, nunca lo hice. Pero a la hora de sentarme a redactar la nota, tuve que reconocer que la experiencia era real. No podía transmitirla de otra manera. Pude prescindir del rígido cuestionario de periodista, y conté mi historia.

23 de marzo de 2010

Esclavos del reloj


Vivimos pendientes del reloj. Inconscientemente, no podemos vivir sin él. ¿Cuál es el sentido de contar los minutos que faltan para que algo termine? ¿Por qué estamos haciendo siempre cuentas regresivas? ¿Y por qué nos fijamos cuánto hace que algo dejó de existir?
De una manera u otra, toda nuestra vida está manejada por ese pequeño aparato, que nos indica que ya no podemos seguir dando vueltas en la cama, que nos dice que falta poco para volver a casa o que nos señala que algo indefectiblemente terminó.
Queramos o no, dependemos de él en todo momento: Al acostarnos, solemos hacer cálculos mentales acerca de la cantidad de horas que nos quedan por dormir. Al levantarnos, medimos con exactitud los minutos necesarios para poder llegar a tiempo, aunque no siempre funcione. Pero los cálculos nunca nos abandonan.
Más de una vez me ha surgido esta reflexión acerca de lo esclavos que somos del reloj. Por estar tan apegados a él, no siempre podemos llegar a disfrutar de los momentos.
¿Podremos algún día liberarnos de esa esclavitud que nos ata al reloj? ¿Seremos capaces alguna vez de dejar de lado ese pequeño aparato que rige todos los órdenes de nuestra vida?

21 de marzo de 2010

Unos metros bajo tierra


Muchos son los que usan el subte como medio de transporte y, seguramente, conocen los avatares de esos viajes bajo tierra. Como usuaria de ese medio, soy una de las tantas personas que conoce ese submundo, que se desarrolla unos pocos metros abajo.
Gente que viaja como ganado, manotazos de algún amigo de lo ajeno y una sensación térmica que duplica la temperatura ambiente, son sólo una pequeña parte de ese pequeño universo subterráneo.
Vendedores ambulantes, cuyos discursos son sabidos de memoria por gran parte de los pasajeros, gente que lee libros de autoayuda para sobrellevar el corto viaje y, hasta actores que realizan una puesta en escena con el vagón como escenario y algunos pasajeros como actores de reparto, suman más y más aventuras para quienes viajan.
Demoras que causan retrasos (aunque debo confesar que mis llegadas tarde no son sólo culpa del subte), trenes que quedan varados en el medio de la nada, gente que se pelea por el lugar y encuentros inesperados con personas conocidas con quienes habíamos perdido todo contacto y ahora debemos entablar una incómoda charla rogando que llegue el momento de bajarnos, terminan de completar este submundo que se desarrolla bajo nuestros pies.
No creo que alguien, ni siquiera por un segundo, se detenga a pensar que cuando camina por la ciudad, unos metros por debajo suyo se viven y reviven este sinfín de historias. Pero lo cierto es que, mientras nos ocupamos de nuestras actividades, vamos al banco, al quiosco o al super, debajo de nuestros pies se desarrolla un universo, semillero de personajes y anécdotas.

20 de marzo de 2010

Eso que se llama Periodismo


Un día, cuando me preguntaron qué quería estudiar, dije firmemente: "Periodismo".
Tenía apenas 16 años, pero la convicción de lo que quería a hacer por el resto de mi vida.
Sinceramente, no tenía mucha idea de lo que decía cuando mencionaba a esa peculiar profesión. Seguramente, en ese momento, pensaba en ser la cara de un noticiero, la voz de un programa de radio o la periodista estrella de algún importante medio gráfico. No creo que se me haya cruzado por la cabeza trabajar manteniendo un perfil bajo. Para mí, el periodismo singificaba tener una alta exposición.
Tampoco sé muy bien por qué elegí esta profesión. Probablemente, mi falta de talento para los números me haya empujado a este terreno, sobre todo, teniendo en cuenta que hasta los 14 años tenía decidido volcarme al campo de la medicina, algo que no sé si hubiera podido afrontar, y nunca lo sabré.
Pero no hay una razón puntual o, por lo menos, no recuerdo ninguna situación, que me haya llevado a cambiar de opinión.
Cuando digo que no tenía idea de lo que decía cuando aseguraba que iba a ser periodista, me refiero a que no conocía en profundidad la diversidad de cosas que se pueden hacer desde la profesión.
Además, también ignoraba sus ventajas y desventajas pero, por alguna cuestión que no conozco, decidí tomar este camino.
Viéndolo a la distancia, ahora puedo comprender lo que implica ser periodista, sus pros y sus contras. Ahora, que lo analizo, veo que no me equivoqué cuando lo elegí. Es más, es una de las decisiones más ciertas que tomé.
Para mí, lo mejor del trabajo es la falta de rutina. Si bien, los procesos de trabajo son siempre iguales, uno se encuentra con situaciones muy diferentes unas de otras, que le quitan la monotonía.
Además, lo que más me gusta es haber cumplido con lo que me decía mi papá cuando era chica: "Tenés que conseguir un laburo en el que te paguen por hablar". Y lo conseguí.

Un blog, ¿para qué?


Nunca me emocionó la idea de hacer un blog. Tal vez, porque me sentía orgullosa diciendo que no tenía uno y que no manejaba esas "cosas raras y difíciles" de Internet. Lo mismo digo del Twitter, esa red social novedosa que no llego a entender y que me niego a aprender a usar. Lo mismo decía del Facebook, hasta que me inserté en ese raro mundo lleno de amigos, etiquetas y grupos.
Pero, un blog.. ¿para qué puedo querer yo un blog? "No tengo inspiración, ni paciencia para esas cosas", justificaba cada vez que me aconsejaban sobre los beneficios de tener uno.
Me negué y juré que no me lo iba a hacer. Pero llegó este día, el día en que finalmente decidí ceder y meterme en este submundo, en el que descubrí que muchos conocidos ya están insertos hace tiempo. No sé bien para qué, con qué objeto y, mucho menos, qué contenido voy a subir o qué uso le voy a dar.
Simplemente, hoy digo: "Ya tengo el blog". Veremos en qué va derivado mi nueva creación.
Tal vez, en un tiempo me aburra y decida cerrarlo porque no le encuentre el sentido o, quizás, me incentive a seguir escribiendo y poder salir del rótulo, que yo misma me puse de "sólo escribo información dura, nada de mi vida, ni esas pavadas".
No sé bien para qué, pero tengo un blog.