20 de abril de 2011

La indeseable


Soy esa a la que nunca llaman, la que siempre se sienta a esperar. A la que tienen en cuenta sólo cuando no tienen nada mejor que hacer.
Soy la que siempre está al acecho, pero ninguna presa se le hace fácil.
Soy la que un día pensó que podía lograr cambiar a la gente y se convenció de que nada podía ser tan imposible.
Y soy la que se dio cuenta (aunque tarde) que las personas no cambian, por mucho que nos empeñemos.
Soy la que nunca escuchan. Esa a la que las palabras la hacen avasallante, la que nadie está en condiciones de tolerar. Soy esa indeseable a la que no están dispuestos a soportar.
Soy la que se cansó de creer en las palabras, a la que ninguna frase sensibiliza. La que escuchó tanto que ya ni una línea sería capaz de conmoverla.
Soy la que se ríe de los comentarios, siempre iguales, siempre vacíos. La que está cansada de las mismas frases, las mismas promesas que nunca se cumplen.

6 de abril de 2011

De las veredas del barrio a las canchas


Enrique Hrabina tiene 49 años y hasta los 23 vivió en Devoto. Comenzó en el club Pedro Lozano y luego jugó en Lamadrid y Atlanta. Después de su paso por las Inferiores, llegó a la Primera División, adonde vistió las camisetas de San Lorenzo y Boca Juniors. Tras su retiro, en 1992, dirigió equipos como Tigre y Almagro.
-¿Qué recuerdos tenés de tu infancia?
-Desde que tengo uso de razón, estuve ligado al fútbol. Me la pasaba en la calle jugando con los muchachos del barrio, que eran más grandes que yo. Nuestra cancha era la vereda y la calle, que era de adoquines. Me encantaba, me tenían que salir a buscar para que entrara a casa.
-¿Seguís yendo al barrio? ¿Qué cambios notás?
-Son pocos los amigos que siguen viviendo ahí, pero los sigo viendo. Ahora hay tráfico, las calles están congestionadas. El bar de la esquina, en el que pasábamos las tardes tomando café y charlando con los muchachos, ahora es La Misión y está cambiado, todo modernoso.
-¿Qué cosas de esa infancia se perdieron?
-Hoy los chicos no pueden salir a la calle. Nosotros vivíamos afuera, en una libertad total. Éramos autodidactas, nos hicimos adultos más rápido. Además, ganabas mucha técnica jugando en la calle porque estabas horas practicando. Hoy si no vas a una escuelita, no podés entrenar.
-Por esos días, ¿Soñabas con ser jugador profesional?
-Nunca lo pensé pero, en el inconsciente, sabía que lo iba a ser. Hacía de todo: entrenaba, me cuidaba, no salía de noche. Después, también, un golpe de suerte y gente que te da una mano. No me acuerdo cómo empezó todo, seguro tuvo que ver mi viejo. También me ayudó mucho mi entrenador Oscar Allegrini.
-En el `83 llegaste al San Lorenzo del “Bambino” Veira, ¿qué recuerdos tenés de esa época?
-Éramos un equipo que iba al frente, con ganas de mejorar. El Bambino te planteaba los partidos y por ahí en el entretiempo te hacía una modificación, nosotros la enganchábamos enseguida y, al final, ganábamos. Además, hicimos giras que son inolvidables, era un grupo bárbaro.
-Dos años después, llegaste a Boca…
-Sí, pero no era demasiado trascendental en ese momento, es más, dudé en entrar. Boca andaba muy mal: se iban jugadores, había huelgas, la cancha estaba clausurada, tenían miles de juicios. Era una época complicada.
-¿Y cómo fue que te decidiste a entrar?
-Cuando llegué me dijeron: “Acá no hay un mango, es todo a pulmón”, pero si mejoraba, me prometían una remuneración acorde. Cuando fui a la última charla, entré a la cancha, la vi vacía, miré alrededor y pensé: “Sí, quiero jugar acá”, tuve la sensación de que podía hacer algo importante.
-Hoy a la distancia, viendo a ese Hrabina jugador, ¿Cómo lo describirías?
-Muy rápido, concentrado, atento, creo que inteligente. Era un buen jugador, con mucho temperamento. Aunque, a veces, me pasaba de rosca.
-¿Qué diferencias marcás entre el fútbol de tu época y el de hoy?
-Antes, tenías que juntar pesito por pesito, había que hacer mucho sacrificio para lograr cosas importantes. No se manejaban las cifras que se manejan hoy.
-¿Qué enseñanzas a nivel personal te dejó tu carrera?
-Conocés mucha gente, te da notoriedad. Me sorprende cuando me paran por la calle para saludarme. La demostración de afecto es algo impagable.
-¿Cómo te gustaría que te describieran el día que ya no estés?
-Como a un tipo muy pasional, que dejaba la vida en cada cosa que hacía, que ponía todo. Un tipo humilde, simple, con buenos sentimientos, buen amigo. Esos son los valores que rescato de mí.

2 de abril de 2011

MSN, gracias por tanto


La emoción que te generaba ese sonido que advertía un mensaje, las horas frente a la pantalla esperando que se conectara él/ella, los nicks que se renovaban constantemente con letras de temas románticos-melosos, los usernames creativamente elaborados con signos y emoticones de colores…
Ya fue, etapa terminada. Hace días que reflexiono sobre lo poco (o nada) que uso MSN para interacturar y tengo entendido que somos varios lo que opinamos lo mismo.
Y es que sí, casi no lo usás, no hay nada atractivo en ese espacio. Están todos esos amigos a los que ahora contactás por sms, Facebook, Twitter o chat. Entonces, ¿se acabó la era MSN?
En mi caso, hace tiempo. Lo único que la mantiene viva es la posibilidad de conectarse desde la casilla de mail. Entonces ya no suena, no zumba, ni molesta.
Pero ahora que lo pienso, pasé horas de mi vida sumergida en ese universo en el que uno se esmeraba por poner la mejor foto. ¿Y ahora? Sí, claro, no te esmeres en mostrarte impecable porque hay 250 fotos que te delantan en Facebook.
También solía pasar largos ratos esperando que se conecte “ese” contacto especial de mi lista. Ahora, si quiero charlar, tengo métodos muchos más rápidos y efectivos.
Ah, y ni hablar de los que están las 24 hs. online desde el celular. Ahí sí que no existe esa emoción que te generaba llegar a casa y conectarte.
En fin, como todo, son etapas. Y MSN ya quemó todos los cartuchos. Por eso, hoy en este humilde homenaje final, le voy a agradecer por los gratos momentos que me regaló.