22 de julio de 2011

Despedida


Lo dijo. Ya no había nada más para agregar. Ella hubiera preferido no tener que escuchar nunca esas palabras. Pero así fue. No pudo hacer como si nada. Se lo dijo, y era el final.
Él la abrazó, como pidiéndole perdón por eso que ya no sentía. Ella no reaccionó, no pudo decirle nada.
"Sonreí, haceme ese favor", le dijo casi suplicando. No podía. ¿Cómo sonreír cuando ya vislumbraba tantos días de tristeza, de silencio y de reproches internos?
Se fue, en el más punzante silencio. No pudo emitir ningún sonido, mucho menos regalarle esa sonrisa que lo había cautivado tanto tiempo atrás. No lloró, ni eso pudo.
Llovía fuerte. Subió al auto y, en un acto desesperado, se deshizo de todos sus mensajes, esos que en algún momento supieron hacerla tan feliz. Lo borró a él, como si eliminándolo de su lista de contactos pudiera sacarlo de su vida.
La música de ese viaje fue azarosa: una radio donde desfilaban las canciones más tristes, como si la programación estuviera enteramente dedicada a ella.
Se vio en el retrovisor, le corría una lágrima negra. Nunca se había visto así.
Bajó del auto. Entró y apoyó sus cosas. Se acercó a la foto, la miró por un momento y entendió. Ya no había nada más que hacer. La guardó y lloró. Lloró como nunca había llorado.